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Semana Santa 2020 | Abrazar la Cruz | Por Alejandro Navarro

Por Alejandro Navarro

Estamos acostumbrados a convivir con sensaciones temerosas durante las semanas previas a Semana Santa. Mientras vamos ultimando detalles, viviendo cultos, confeccionando listas, ajustando relevos, planchando túnicas, armando parihuelas… Siempre aparecen los miedos meteorológicos y las dudas de última hora.  Pero esta situación del estado de alarma por el Covid-19, tan atípica como desconocida, nos ha hecho enfrentarnos a una batalla emocional a la que nos hemos presentado sin escudo y sin lanza.

Desde que conocimos la suspensión  de las cofradías nos ha parecido aceptar este designio y hemos ido acercándonos lentamente, como pasan las horas en el confinamiento, hacia los días más grandes y más esperados del año. Quizás no atendimos a cada momento no vivido, no haber trasladado al Señor a su altar de quinario, no haberte encontrado en el mismo banco con los hermanos  de siempre en la función, no desayunar después con los de siempre, no haber vivido el pistoletazo de salida que supone el pregón, no percibir el fervor del Via Crucis de las Hermandades que se funde con el estado exultante de la ciudad que se sabe preparada para lo que ha de venir, no ver los pasos en las iglesias, y como esos, cientos de momentos que se han esfumado. Momentos que de alguna manera nos han sido robados y que de alguna forma el no haberlos vivido nos han hecho pensar que no nos afectaría vivir confinados los días de Semana Santa. A todo ello sumamos una semana de Pasión lluviosa y fría, lo idóneo. Preparados para plantar cara al destino y afrontar la semana en casa.

Pero el destino es caprichoso y le gusta jugar con el alma. El viernes de Dolores se nos ha presentado radiante y ha anulado cada defensa montada.

Necesito contar que este año hubiese sido mi retirada como costalero bajo las trabajaderas del Señor de la Paz, lo hubiese dejado en casa y me lo llevaría en el corazón para siempre igual que llevo a su gente, trabajadores incansables y amigos con mayúsculas.

Necesito contar que hubiese navegado con mis amigos en el Galeón de la Esperanza por el mar de Ciudad Jardín. Porque ser costalero con tus amigos es la sensación más grata de todas.

Así va a ser la Semana Santa, soportando muchos kilos y tragando muchas lagrimas

Necesito contar que una vez llevé de la mano a mi hijo Rafael a San Agustín y que este año hubiese sido él el que me llevara a mí el Domingo de Ramos a sus plantas en su primera vez vestido de nazareno de la Borriquita. Que me ha hecho salir del desierto y que necesito volver al Señor a pesar de todo y de todos.

Necesito contar que hubiese ingresado en la Legión de San Miguel para cruzar el puente por primera vez.

Necesito contar que volvía a tener el privilegio de marcar y abrir el camino nazareno hacia el monte calvario y que en la familia había un nazareno más con pecherín.

Y necesito contar que me podría el terno negro junto con los mejores de Alcalá el Sábado Santo para mandar a la mejor cuadrilla de todas, o por lo menos, lo es para mí.

Pero nada de eso sucederá.

El Viernes de Dolores fue duro. Cayeron kilos en la primera mano. Es la sensación de cuando en la primera chicotá en la que se lleva el paso al dintel la ropa se estira hasta la cerviz y empiezas a sudar y ya sabes lo que hay toda la tarde. Así va a ser la Semana Santa, soportando muchos kilos y tragando muchas lagrimas.

Personalmente lo único que me consuela es ofrecer todo este sinsabor  por todos los fallecidos, todos los afectados, todos los sanitarios  y por todos los que, de una u otra forma, están viendo comprometidos sus puestos de trabajo y/o negocios.

A fin de cuentas, el Señor, antes de cargar con la cruz, la abrazó aceptándola. Nosotros debemos imitarle.