El cinco de enero emerge como uno de los días grandes de Alcalá
Los nervios, a flor de piel; los preparativos de las carrozas, como si de un paso procesional se tratara; el trazado de los recorridos, como el de cualquier día de la Semana Santa; el control horario, como si de una cofradía estuviéramos hablando; y el bullicio de la gente, como si al Domingo de Ramos hubiéramos viajado. El cinco de enero está constituyéndose en nuestra ciudad como otro de esos días grandes en los que los alcalareños se echan a la calle para disfrutar de sus tradiciones y del buen hacer de la Cabalgata de Reyes y sus Amigos.
El sol deslumbraba desde todo lo alto el día -¡mira, una diferencia respecto a la Semana Santa!-, y la temperatura invitaba a disfrutar de la jornada intensamente. Y así lo hizo Alcalá.
Tras una intensa mañana cumpliendo con el tradicional protocolo que lleva a los Monarcas a compeltar distintas visitas por la ciudad, a las cinco de la tarde se abrían las puertas de la sede de la Cabalgata para dar paso al cortejo de ilusión y, este año más que nunca, Esperanza. Una esperanza encarnada en el nombre de la Estrella de Oriente, quien guió ayer a los Reyes en su travesía por Alcalá, la Esperanza de una juventud que en días como estos se olvida de lo complicado de su futuro y se empapa de ilusión hasta que ésta cala en lo más profundo de su ser. Para esto también sirven las cabalgatas, para ilusionar.
Tras ella, cientos de niños, unos con más genio y puntería que otros, pero todos dispuestos a vivir una experiencia única. Especialmente vistosas fueron las carrozas de la vuelta al mundo y la de aviones aventuras.
En cuanto a Sus Majestades, el derroche de energía realizado es comparable a la de cualquier chicotá subiendo una de esas cuestas que suben los costaleros alcalareños: la del Calvario, la de San Agustín, la “rampla” de San Sebastián o la cuesta del Rosario. En definitiva, cientos y cientos de caramelos y golosinas tirados por las manos de unos hombres de fe con las que muchos niños habrán soñado esta noche.
Y después del baño de multitudes en las calles más céntricas de la ciudad -si bien, el reguero de gente que acompaña al cortejo no cesa ni siquiera en las partes del recorrido más tardías o más lejanas-, tocaba una vuelta rápida para alcanzar de otra vez el barrio de Nueva Alcalá.
Un único renglón torcido escribe esta preciosa historia: la avería de uno de los vehículos que remolcaba una de las carrozas, pero que fue solventada rápido dada la cercanía con la propia entrada en su sede.
A partir de ahora señalen este día en el calendario, Alcalá lo ha convertido en un día grande y lo ha hecho suyo, tanto como el Domingo de Ramos, la mañana del Viernes Santo o el 15 de agosto.