Una lucha inútil para atrapar lo efímero – Crónicas 2011
Sin saber cómo, has llegado a este punto. Los días han terminado despojándose de hojas y hojas en el calendario hasta que el momento se presenta ante ti. Todo comienza temprano. Con el sol aún desperezándose, ya tienes que prepararte para comenzar a vivir ese día en el que todo lo que da sentido a tu vida se hace grande.
Sigues sin creértelo y te preocupas más de que se irá que de disfrutar antes de dejar de paladearlo. La mañana es una tradición en sí misma. Cada año te gusta volver a repetir cada acto, cada gesto que ya cuasi es un rito. Hasta el simple hecho de escuchar la primera marcha del Domingo de Ramos a través de la radio, hasta eso, debes volver a hacerlo para que todo sea pleno. Y al final lo haces, ¡y tanto que lo haces!
El mediodía ha llegado rápido y, mientras en las casas del barrio los nazarenos ya comienzan a descolgar las impolutas e inmaculadas capas con esas pequeñas salpicaduras rojas, tú ya estás rodeado de iguales, de esos cien corazones, de cien válvulas como dirían algunos, de cien ‘helaeros’ como dirían otros, o, simplemente, de cien costaleros del Señor de la Bondad. La charla de Javi Medina, el capataz, dura poco, es Domingo de Ramos, y aquí ya todos sabemos de qué va la cosa. Hasta los más novatos, entre los que uno se incluye y se incluirá siempre, son conscientes de lo que significa pasear al Señor de la Bondad y de cuánta responsabilidad tienen sobre sí mismos.
Hora de hacerse la ropa. La última después de varios ensayos. Uno que aún titubea a la hora de hacerse el costal, y que ahora hace suya la fácil excusa de los nervios del Domingo de Ramos, acude a las manos más expertas de Fran y Sergio, dos enormes costaleros y hermanos que desde el primer ensayo de hace tres años han estado siempre atentos ante cualquier tipo de duda que he podido presentar, ellos serán los que hagan ese costal que me servirá para alcanzar la gloria con el Señor. Aunque no serán los únicos que se preocupan durante la estación de penitencia. Tampoco podría olvidarme de Segura o José Manuel, otros dos costaleros de esos a los que a todos les gustaría tener como compañeros en las trabajaderas, e incluso de otros hermanos que no van debajo del Señor, pero que son una parte importante de mi Domingo de Ramos, como Alejandro o Antonio, que se esfuerzan por alumbrar al Señor en todo el recorrido en sus puestos de pertiguero y acólito respectivamente, o Jesús, que se afana por organizar a unos pequeños nazarenos que iluminan el camino de Cristo con sus cirios blancos.
Todo sigue discurriendo igual de rápido que desde la mañana. Sin ser consciente, has abrazado y deseado una buena estación de penitencia a decenas de hermanos, nazarenos, acólitos, costaleros, auxiliares… todos los que componen la gran familia de la Hermandad de la Borriquita y que ahora se disponen a poner toda una cofradía en la calle.
Y ahora, una vez que el primer nazareno de antifaz rojo ha cruzado el dintel de la parroquia, ¡y cuántos años le quedan para seguir siendo el primero!, es el momento de que el Señor vuele más alto que nunca. Aunque eso no será así, todas y cada una de las levantás irán al cielo, lo más cerca posible de Él mismo, por eso esa no será la que vaya más alto. El Cristo de la Bondad ya está en la calle, suena ‘Presentado a Sevilla’ y es el instante en el que pierdes la noción del tiempo. Desde las calurosas cuatro y media de la tarde, y hasta la una de la madrugada, las manijas del reloj girarán más veloz que nunca. Esto forma parte de la Semana Santa.
En cada momento has intentado luchar inútilmente para atrapar algo tan efímero como el tiempo, y, al final, la pelea la pierdes. Ya es de noche, ves que tienes que hacer el último relevo -¿y quién releva a esas 50 personas que acaban de subir al Señor a la gloria de San Agustín como ellos sólo saben?- y te das cuenta de que todo se ha esfumado. El sueño está llegando a su final. La cera de los candelabros se funde como lo hace tu alma al arriar el paso y no sabes a dónde ir dentro de la iglesia, se ha ido todo tan rápido… Ahora, tras la espera, la Señora de la Oliva entra y absolutamente todo ha llegado a su fin. Los abrazos y las felicitaciones se suceden una tras otra, no es para menos, todo ha salido como se pedía: A la perfección. Es hora de guardar con llave los recuerdos de una mágica tarde de primavera.
Epílogo: el Señor aún no ha entrado al completo en San Agustín y ya una voz debajo del paso avisa: “señores, que este año tendremos otro Domingo de Ramos en octubre, no preocuparse”. Esperemos que así sea, y que Él lo quiera…
Francisco Javier Baños
Costalero del Santísimo Cristo de la Bondad