No era el Domingo de Ramos que esperaba (Crónicas 2012)
No era precisamente el Domingo de Ramos que esperaba, por el que contaba los días. Pero el Señor así lo dispuso, sin que Alcalá gozara del especial comienzo de la Semana Grande.
No fue un domingo alegre, un domingo de vida y de ilusión. Fue un domingo de suspiros mirando al cielo, de lágrimas. Un domingo de tristeza y, más que nunca, de Oración.
Amaneció nublado, amaneció lloviendo. El hecho de ir a la misa de palmas con el paraguas abierto no auguraba nada bueno. Sin embargo la esperanza es lo último que se pierde, y había que saber esperar. Pero al llegar a la iglesia y enfrentarme a su mirada comprendí que este año no tendría la oportunidad de acompañarla por Alcalá, su mirada sencilla me decía que este año no. Deseaba con todas mis fuerzas que el margen de tiempo que había entre la misa y el momento de ponerme el antifaz fuese más largo para darle tiempo al cielo, y que descargara la lluvia que tenía guardada para la tarde.
Llegado la hora y, pese a suponer lo que pasaría, fui al colegio como el resto de los hermanos. No pude contener mis lágrimas nada más salir de casa y ver las gotas sonoras cayendo en los charcos, al ver a los hermanos nazarenos con la capa recogida para no empaparla, al ir mojando el terciopelo del negro antifaz, al ver a los músicos en la antigua plaza resguardados del agua.
Al entrar en el patio fui a buscarme en las listas del tramo, a reencontrarme con mis compañeros de penitencia, a la espera de que alguno de ellos me comunicara que a las 17:15 dejaría de llover, aguardando que el diputado me nombrara en voz alta y me entregara mi cirio. No quería creer lo que estaba viviendo, y ni las sonrisas ni los abrazos de ánimo eran suficientes.
Necesitaba verla a Ella, mirarla de nuevo a los ojos, y me dirigí a la capilla en su busca. Y fue allí donde realmente empezó mi estación de penitencia, al mirarla a los ojos y explicarle que este año no llenaría de luz las calles, que no asistiría a su cita anual con los ancianos del asilo, y recé por todos ellos, por todas aquellas personas que este año no podían verla en la calle para que, de alguna manera, les llegara el auxilio que endulce la espera de un año más. En aquel impaciente silencio, Ella no pudo contener mis lágrimas ni yo supe calmar las suyas. Comprendí que es Dios quien decide sobre todas las cosas, y su voluntad este 1 de de abril fue que lloviera en Alcalá.
Curiosamente fue en la capilla, junto a Ella, donde me dijeron que no se había perdido aún la esperanza y que existía una pequeña posibilidad de que el cielo nos diera una tregua. Tras reunirse en cabildo nos pidieron esperar una hora más. Una espera que se hizo larga, pues la lluvia no cesaba, y sólo veíamos las gotas rebotando en los charcos del patio salesiano.
Finalmente, nunca llegó esa tregua del cielo. Después de la espera, el hermano mayor comunicó entre lágrimas la decisión tomada por la junta de gobierno, que este 2012 la hermandad del Rosario no realizaría su estación de penitencia por que la lluvia nos lo impedía.
Aunque me falte algo, me falte mi Virgen llenando de luz blanca las calles de Alcalá, me consuela saber que haga el tiempo que haga, Ella estará siempre con los brazos abiertos esperándonos en la capilla, haciendo la espera más corta.
Ya queda un día menos.
Ana Torreño Salvador
Nazarena de María Santísima del Rosario