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Miércoles Santo 2020 | Lo que no fue | Por Ana Guerrero Jarava

Por Ana Guerrero Jarava

Llega un nuevo Miércoles y un año más, cual ritual, te pones la medalla al cuello para ir a ver al Señor y a su Madre. Al entrar solo hay un templo vacío, sin pasos, sin hermanos, sin los gritos de los más pequeños, sin nada. Te adentras poco a poco y les buscas en su capilla y al llegar, el silencio, el silencio aterrador que jamás te gustaría escuchar. Les miras a los ojos y les rezas, les pides porque todo aquello que querrías que fuese un sueño que no ha pasado se esfume, y que, al abrir los ojos, te veas vestido con tu túnica beige y tu antifaz azul, con tu costal, con tu traje o con tus mejores galas para acompañarles en su tarde.

Una marcha suena en mi cabeza, la Marcha Real, cierro los ojos y allí está, a las puertas del templo, el Señor, con sus ángeles sin alas y con costal, guiados por alguien que, si bien es serio, tiene un corazón tan grande que nos hace a todos sentir que levantamos el paso junto con su cuadrilla y con él. El Señor, se adentra en tu corazón de una manera tan fugaz que no puedes retirarle la mirada. Él, maniatado, te muestra como la verdadera fe no es ir a la calle, si no, tenerle presente en cada momento de tu vida.

Se vuelve a oír una banda, suena el himno de Andalucía y un palio azul cielo inunda mi alma de alegría. Ella, la que me robó el corazón con tan solo verla, irá a ver a los más necesitados y será la luz que nos guie en la oscuridad que vivimos.

El 2020 prometía ser nuestro año, prometía ser el año en que sí podríamos ver el sol en la cara de nuestros titulares, prometía cumplir aquel sueño que en 2019 vimos truncado por la lluvia. Pero no será, no será por causa de fuerza mayor. No desesperéis, no soltéis una lágrima por algo que volverá, no os sintáis tristes pues estoy segura de que Ellos, desde su capilla, velan por cada uno de nosotros.

Siempre fuimos diferentes, y nuestros actos lo demuestran, pues no podemos llevar más a rajatabla el nombre de nuestra advocación Mariana allá por donde vamos, demostrando que la verdadera estación de penitencia se hace ayudando al prójimo, sacándole una sonrisa, escuchándolo cuando parece gritar en un lugar donde es casi invisible. Nuestra verdadera misión no es vestir la túnica o el costal cada año, nuestro cometido es llevar a Nuestro Señor y su Madre a los que no pueden verles, para que, al igual que tú y yo les rezamos, ellos también puedan hacerlo. No existe nada más efímero que el tiempo, y el tiempo pasará, llegarán nuevas noches de cuaresma, llegará una nueva reunión, llegará un nuevo Miércoles Santo, y allí estaremos todos, para guiar a esos corazones que lo dan todo por su hermandad, nuestra hermandad, Mi hermandad.