Crónicas 2012

Domingo de Ramos, pero esta vez… a tu lado (Crónicas 2012)

Llevaba toda la cuaresma nervioso, deseoso de llevarte sobre mis hombros, deseoso de poder rezarte todo lo que necesito. Este año, he valorado mucho más que otros años lo que es no tenerte cerca y por ello he vivido esta cuaresma como ninguna. He vivido cada ensayo con mis compañeros como si fueran Domingo de Ramos, he vivido cada culto, cada evento, cada cita, cada rezo, como si fuera la última vez que pudiera contemplarte.

Y es que ya por mayo del año pasado, tuve la tragedia de tener que alejarme de ti, por poco tiempo, ¡pero en qué momento Dios mío! En qué momento perdí la oportunidad de acompañarte, cuando fuiste a ver a la Madre de Alcalá, a nuestra patrona la Virgen del Águila, qué momento me perdí, qué de cosas se contaríais. Pero aun sabiendo que el trabajo me obligó a tener que irme de tu vera, aun así, viví los ensayos, las reuniones previas con los compañeros, aguantando las lágrimas de dolor, porque ya sabía que ese 29 de mayo, yo no podría estar contigo. No podría haberme repuesto de no tener a tantos compañeros de categoría junto a mí, a una familia costalera de su barrio de San Agustín y de su Reina y Madre la Virgen de la Oliva. No olvidaré las palabras de apoyo de mi capataz, su comprensión y su consuelo, no lo olvidaré en la vida y le estaré eternamente agradecido. Desde el otro lado del charco, le escribía a mis compañeros al ver las fotos por internet: “Lo siento Madre por estar lejos de ti, sé que mis hermanos de mi cuadrilla te supieron pasear como nuestra Madre y Reina de San Agustín se merece. Perdóname por no poderte acompañar, no puedo dejar de llorar al verte tan hermosa entrar en tu casa. Perdona Madre, tu hijo no te pudo acompañar…”

Por todo esto, para mi esta cuaresma de 2012 era muy especial. Me rencontraba con mi Virgen, con mis compañeros, con mi gente. Estaba nervioso, tenían mi ropa preparada desde el viernes, no quería fallarle otra vez. Me desperté esa mañana y me fui primero a ver a mi Virgen de la Oliva, la parroquia estaba repleta, ella lucía resplandeciente, aunque ya la llevaba viendo sobre su paso y sus nuevas bambalinas desde el domingo anterior, porque estaba tan guapa, que no podía pasar un día sin verla. La alegría se me iba, cuando al mirar el cielo las nubes se agolpaban y cada vez más negras, la gente entraba y salía, comentaban “qué pena, con lo guapa que esta, que pena Dios mío…” Y yo aun así, estaba tranquilo, con un nudo en la garganta, pero tranquilo. Porque ya sé lo que es estar lejos, de ti y hoy Domingo de Ramos, te paseemos o no, a tu lado estoy.

Más tarde, me apresuro en volver a casa, para ducharme, prepararme y hacer todos mis ritos previos, pero antes, como cada Domingo de Ramos, visito a mi Padre, mi Soberano. Me acerco a verle y le pido que me ayude, y que le diga a San Pedro que cierre una mijita el grifo, que quiero pasear a mi madre.

Con el corazón “encogío”, pero con mucha ilusión, y la tranquilidad de que saliera o no hoy la tenía cerca. Me dirijo ya vestido a San Agustín, el barrio de mi abuela, con un costal por bandera, los besos de mi abuela en el recuerdo, el amor por una Madre y una ilusión por ser su compañero.

Pasaban los minutos, llegaban ya algunos costaleros, ¡qué familia más grande! Abrazos, lágrimas que sonrojan los ojos, alguna broma para desestresar y animar a la gente, pero al salir de nuestro lugar de encuentro, el gesto el mismo, mirar al cielo y al bajar la cabeza santiguarse.

Ya llegó el momento, nuestro capataz nos cita para entrar al templo, ya sabiendo que no salíamos, pero con una noticia que para mí fue como una espinita menos, el paso se iba a retranquear y a mí por suerte, porque ella lo quiso así, me tocaba rezarle aunque fuera ese ratito, y aunque fuera poco el tiempo que la pasee, fue suficiente para transmitirme esa paz y esa esperanza que siempre me transmite. Su mirada y esa boca que parece que te hable cuando la miras. Y así es, ella me habla y me dice que no me preocupe, que pronto nos volveremos a ver, y que ella estará todo el año allí en su capillita humilde, esperando que vayamos a visitarla, y a hablar con ella, que es lo que le gusta. Pasearla la pasearemos el año que viene si Dios quiere, como diría un grande de nuestra cuadrilla “¿quién no sabe pasear con su Madre?”.

Sergio Romero
Costalero de Nuestra Señora de la Oliva y hermano de la Hermandad