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Cuarenta días: Cuando el Capitán de los judíos se viste de mortal

Cientos pasaron por allí. Unos en una visita fugaz, otros pararon y gastaron decenas de minutos delante suya. Unos no tuvieron ningún reproche, otros mantuvieron una conversación de tú a tú y con el espíritu impotente le plantearon más porqués de los que la vida pueda llegar a soportar sin llegar a resquebrajarse.

Unos plantaron su beso en las manos, tímidos y como quien besa a un monarca autoritario; otros, mientras, se postraban a sus pies y mezclaban la tibiez de sus labios con la frialdad de los pies de quien soporta la cruz de la humanidad.

Porque no es cualquiera. Es quien fue crucificado por unos cobardes fariseos, y a quien hoy le da la espalda una sociedad a la deriva, que, por no creer, no cree ni en los valores, porque tenerlos hace mucho ya que no los tiene.

Porque es Dios, sin más aditivos, no le hacen falta. Quien se conserva por los siglos de los siglos no requiere de más apellidos que el del lugar del que proviene, al que guarda y guía. Porque es Jesús, sí, y de Alcalá.

Porque es Dios quien para el tiempo, reduce el dolor cotidiano y cada Miércoles de Ceniza nos hace perdernos por el reguero infinito de sangre que nunca cesa, que siempre brota.

Porque es Dios, el Dios que habita en Alcalá. El Dios que consigue que el Capitán de los judíos se vista de mortal, se despoje de corazas y cascos emplumados, le regale un beso, y le pida perdón por el daño que llegará el Viernes Santo.

Porque es Dios, quien te lo puede, quien nunca falla.