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La Adoración Nocturna celebró la Función en honor del Cristo de la Vera Cruz

Texto: Juan Jorge García

El viernes 14 de septiembre, se celebró por vez primera vez en muchos años Solemne Función al Santísimo Cristo de la Vera Cruz, en Alcalá de Guadaíra, habida cuenta de que fue el pasado 20 de enero cuando se bendijo la Imagen, recuperando así una devoción y Advocación ancestral en la ciudad, pero que por diversas circunstancias había desaparecido. Recordemos que el Señor llegó tras una larga restauración en los talleres de la Facultad de Bellas Artes de Sevilla, dirigida por el profesor D. Joaquín Arquillo.

En efecto, a las 19:30 horas de ese día, festividad litúrgica de la Exaltación de la Santa Cruz, daba comienzo en el Monasterio de Santa Clara, la misa solemne, organizada por la Antigua y Franciscana Sección de Alcalá de Guadaíra de la Venerable Archicofradía de Adoración Nocturna al Santísimo Sacramento, de la que el Santísimo Cristo de la Vera Cruz es también Titular. Fue oficiada por el Rvdo. P. D. Manuel Ángel Cano Muñoz, Vicario Parroquial de Santiago el Mayor, muy vinculado a la Adoración Nocturna (fue Tarsicio, nombre con el que son conocidos los jóvenes adoradores, en su localidad natal, El Toboso, y adorador honorario de la Sección Alcalareña) y también al Santísimo Cristo de la Vera Cruz, ya que es el autor de la Santa Cruz en la que está clavado. La Imagen aparecía en su lugar habitual del presbiterio, exornada con cuatro cirios y ramos de claveles rojos.

A la misa asistieron varias Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, de las dos casas que dicha Compañía tiene en la ciudad: la Residencia de Ancianos La Milagrosa y la Casa Rosalía Rendu, ya que el Santo Sacrificio se ofreció por el alma de Sor Ventura, hermana fallecida el 25 de junio. Además, a las vigilias mensuales de adoración al Santísimo Sacramento no suelen faltar estas Hermanas, teniendo una participación bastante activa. Precisamente fue Sor Rosario, actual Superiora de la Milagrosa, la que proclamó la Primera Lectura. Toda la misa estuvo impregnada de gran solemnidad, a lo que contribuyó en gran manera el canto de las Hermanas Clarisas, dando así un marcado carácter festivo a la celebración: gloria, salmo responsorial, ofertorio, santo, cordero de Dios, comunión… Se repartió una estampa con un bello primer plano del abatido rostro del Señor.

Tras la oración postcomunión, el celebrante procedió a exponer el Santísimo Sacramento en la custodia, mientras se entonaba el hermoso himno Tantum ergo, y se incensaba la majestad de Dios, para rezar seguidamente la Estación Mayor. Sin solución de continuidad seguía la vigilia mensual de septiembre, por lo que esta parte se cerró con el canto invitatorio Cantemos al Amor de los Amores, himno del XXII Congreso Eucarístico Internacional (Madrid 1911), conocidísimo en todo el ámbito de habla hispana, con música de D. Juan Ignacio Busca Sagastizábal y letra del Agustino P. Restituto del Valle Ruiz.

El oficio que se rezó (Vísperas, Oficio de Lecturas, Preces Expiatorias, Completas…) fue el propio de la festividad del día, correspondiendo a Sor María Luisa, Hija de la Caridad de la Casa Rosalía Rendu, la monición de entrada, que ambientaba la celebración de la vigilia. En ella se explica y motiva perfectamente el por qué de la dedicación a la Exaltación de la Santa Cruz: “En la Cruz está la salvación, la vida y la resurrección. En medio del desierto se levantó un estandarte con una serpiente, para que quien había sido mordido por serpiente la contemplara y se librara de la muerte (Nm, 4-9). En medio de la humanidad se levanta la Cruz de Jesús para que quien la contempla con el corazón contrito y adorante se salve (Jn 3, 13-17). Cristo, muerto en la Cruz, es glorificado y es nuestro Señor y guía (Flp 2, 6-11).

Hacia el año 320 la Emperatriz Elena de Constantinopla encontró la Vera Cruz, la cruz en que murió Nuestro Señor Jesucristo. La Emperatriz y su hijo Constantino hicieron construir en el sitio del descubrimiento la Basílica del Santo Sepulcro, en el que guardaron la reliquia.

Años después, el rey Cosroes II de Persia, en el 614 invadió y conquistó Jerusalén y se llevó la Cruz poniéndola bajo los pies de su trono como signo de su desprecio por el cristianismo. Pero en el 628 el emperador Heraclio logró derrotarlo y recuperó la Cruz y la llevó de nuevo a Jerusalén el 14 de septiembre de ese mismo año. Para ello se realizó una ceremonia en la que la Cruz fue llevada en persona por el emperador a través de la ciudad. Desde entonces, ese día quedó señalado en los calendarios litúrgicos como el de la Exaltación de la Vera Cruz.

Según manifiesta la historia, al recuperar el precioso madero, el emperador quiso cargar una cruz, como había hecho Cristo a través de la ciudad, pero tan pronto puso el madero al hombro e intentó entrar a un recinto sagrado, no pudo hacerlo y quedó paralizado. El patriarca Zacarías que iba a su lado le indicó que todo aquel esplendor imperial iba en desacuerdo con el aspecto humilde y doloroso de Cristo cuando iba cargando la cruz por las calles de Jerusalén. Entonces el emperador se despojó de su atuendo imperial, y con simples vestiduras, avanzó sin dificultad seguido por todo el pueblo hasta dejar la cruz en el sitio donde antes era venerada.

Los fragmentos de la santa Cruz se encontraban en el cofre de plata dentro del cual se los habían llevado los persas, y cuando el patriarca y los clérigos abrieron el cofre, todos los fieles veneraron las reliquias con mucho fervor, incluso, su produjeron muchos milagros.

Como es habitual, durante el tiempo de adoración en la vigilia, se intercaló el rezo del Santo Rosario, contemplándose en esta ocasión los Misterios Dolorosos. Tras las Completas, rezadas conjuntamente con la Comunidad de Hermanas Clarisas, terminó todo con las oraciones finales a Jesús Sacramentado, que fue reservado en el Tabernáculo por la Rvda. M. Abadesa, mientras todos los presentes entonaban otra conocidísima pieza: el Himno del XXXV Congreso Eucarístico Internacional (Barcelona 1952), texto inspirado del literato José María Pemán: De rodillas, Señor, ante el Sagrario, puesto en música magistralmente por Luis de Aramburu.

Se completaba así el programa de unos solemnes actos, celebrados en el remanso y la tranquilidad del templo conventual, mientras afuera la lluvia caía con fuerza, e incluso el agua inundaba la calle en algunos momentos. Sin embargo, los fieles asistentes salieron fortalecidos en su fe, de ese encuentro personal con el Señor, muerto en la Santa y Vera Cruz para redimirnos, y verdadera y realmente presente en la Sagrada Eucaristía.