Crónicas 2013

El domingo menos domingo del año, y de la vida… – La crónica 2013

Como siempre, rápido y cegador, así te presentaste. Sin querer huir de los tópicos, pues ellos forman parte de la ecuación exacta cuyo resultado buscamos y soñamos. De esa manera llegaste a mí, querido Domingo –sí, con mayúscula-, porque no eres uno más, no eres ese en el que te levantas tarde y descansas, no eres el domingo tranquilo y apacible que se esparcen por el resto de semanas que componen los 358 que no forman parte de la gloria…

Me golpeaste el alma como ese recuerdo doloroso y certero que tanto lastima a quien se basa en ritos y costumbres, a quien le gusta repetir lo mismo para no sentirse vacío, a quien ama que todo se parezca en sus diferencias. Apareciste de pronto, cuando la escena era un cuadro pintado únicamente con el blanco más brillante. Desde una esquina quisiste sorprenderme e hiciste aparecer a lo más necesario y sencillo que posee una cofradía: sus nazarenos.

Como un relámpago la pareja silente y cómplice salpicó de rojo la blancura de la plaza. Quiso Él, a buen seguro, que tuviera que tocarlos, que uno de ellos requiriera de mi ayuda para recolocar el antifaz rebelde. Quiso Él que sintiera de nuevo el terciopelo añorado y que el repeluco que me estremeció el alma me hiciera ser consciente, por fin, de dónde estaba.

Y a partir de aquí, con el corazón desbocado todo continuó según lo previsto. Cabildos extraordinarios meramente informativos sin, a priori, riesgos de lluvia de importancia, que dieron paso a una salida luminosa, como la de cualquier Domingo de Ramos soñado.
Pero después de todo, no siempre las cosas son como las deseamos, y de eso ya dimos buena cuenta en 2012. Quisiste volver a darnos la espalda, y buscaste, de nuevo, sorprenderme, sin esperármelo. Tras un relevo a destiempo, desubicado y rápido. Así mostraste tu cara negativa y me llevaste a una estampa que pensaba que jamás iba a ver. Otra vez el alma golpeada, pero esta vez también desgarrada.

Escenas que jamás se olvidarán se sucedieron sin tiempo a la asimilación. Plásticos, carreras, nervios, paraguas, abrazos, lágrimas, nazarenos… ay, nazarenos. Uno de ellos, a quien más le debo y quien grabó en mí la palabra Bondad, apareció y me dio el abrazo más amargo jamás recibido delante de Él.

La fotografía seguía siendo confusa. Aplausos, marchas –gracias undécima trabajadera, el esfuerzo y la demostración de cuánto queréis al Señor fue palpable en los momentos más duros- y gotas que por fin disminuyen le dan forma a todo. El Señor entra en San Agustín y los pasos se van al fondo de la iglesia, donde deberían descansar únicamente cuando la estación está felizmente acabada.

Pero la historia no acabaría aquí. No lo entendamos todo como la suspensión de la estación de penitencia, simplemente como el resguardarse ante un hecho que aparece por sorpresa y al que nadie había invitado para la ocasión.

El compás de espera sería largo, aunque no tanto como el del anterior Domingo de Ramos, pero las sensaciones y las previsiones apuntaban al optimismo. Si de Sevilla recibimos la mala noticia de la no salida de San Roque, sin solución de continuidad aparecía la inversa desde la Estrella.

Mientras, los meteorólogos se ponen de acuerdo: el riesgo a partir de las ocho de la tarde es ínfimo, y con esas todo cobró sentido: la cofradía volvía a reanudar la estación de penitencia.

Quizás el momento más alegre de cuantos recuerde en el futuro será la explosión alegre y jubilosa de una parroquia expectante y contenida en el suspiro de una espera angustiosa. Otro momento archivo en el rinconcito de los momentos oníricos, aquéllos de los que hablé allá por el 2 de febrero…

Y a partir de aquí, pese a lo distinto de la tarde, todo tomaba su cariz principal: El Señor se ponía en la calle… aunque el agua volvería a jugar otra mala pasada.

Con los cuerpos relajados y cuando la cofradía alcanzaba el centro de la ciudad otro pequeño chaparrón destrozaba definitivamente los ánimos de quien esperó pacientemente y quiso echar un pulso con la meteorología.

Tocaba un regreso rápido, sin perder la compostura y con los únicos momentos de disfrute ya cuando todo estaba en los aledaños de San Agustín.

Antes de alcanzar las inmediaciones de la parroquia tocó disfrutar de la última chicotá, la última de la grande, la última del domingo menos domingo del año, la última del Domingo de Ramos, la última…

Fco. Javier Baños
Costalero del Santísimo Cristo de la Bondad